Crónica de una ascensión
Ante las reiteradas peticiones de esclarecer los hechos acontecidos el pasado 6 de julio en la Val d'Ansó, donde un reducido grupo de 17 chavales y tres monitores intentaron coronar la Mesa d'os Tres Reis / Hiru Eregeen Mahaia, este ávido bloguero -tan ávido como montañero (sic)- ha decidido desclasificar de su memoria la información clasificada y contar toda la verdad, sólamente la verdad, y nada más que la verdad, jurando sobre el Estatuto de Autonomía de Aaaragón.
No, como alguno ha comentado, la Mesa no era la mesa del bar del camping y los tres reyes no eran tres agentes de la nunca bien ponderada Benemérita que intentaban bajarnos a todos de la mesa con una cogorza implacable. No. Comentarios como ese no hacen sino doler el alma y cargar de ira a quienes, con su esfuerzo, marcaron el record de su altímetro de muñeca, prueba inequívoca de la hazaña realizada.
Serían las 05.50 am del día referido cuando a un servidor le sonó el despertador con el Ball de Benás (como ya viene siendo habitual) y abrió la cremallera de la tienda, sólo viendo oscuridad.
- ¡Genial! - pensé - ¡Aún no han puesto ni el camping!
Al rato, le dio por encender su frontal y descubrió que, efectivamente, el camping e incluso las montañas que iban a patear estaban puestas. Despertó a sus dos compañeros monitores y se dispusieron a despertar a los diecisiete gañanes y gañanas que plácidamente dormían en las tiendas de campañas contiguas, ajenos y ajenas al sufrimiento que les esperaba después de ser despertados.
Evidentemente, no despertaron a la primera y, mientras eran cohartados para despertar, se comenzó a preparar el desayuno. Claro que al final, entre pitos y flautas, se hicieron las siete y media como hora de salida, cuando el grupo comenzó a realizar los 6 kilómetros que separaban el Camping de Zuriza del Refugio de Linza. Allí, el ávido bloguero montañero ajustó su altímetro a la cota de 1330 metros, según mapa excursionista 1:40.000 de Editorial Pirineos. Retraso sobre la hora prevista: una hora.
Pero el retraso no era lo que importaba, sino nuestra predisposición a las cuestas. Comenzamos a subir a la Loma d'o Sobrante sobre las 08.40. Los primeros 200 metros de desnivel los hicimos en poco más de tres cuartos de hora, por lo que gozamos como perracas al pensar que el resto del camino sería tan fácil como lo que habíamos hecho hasta ese momento. Siguiente destino: el Cuello de Linza.
Yo ya empezaba a sentirme resentido en la ascensión, justo cuando un grupo de genuinos escaladores vascos acompañados de un grupito de aférrimos niños y niñas euskaldunes, que hablaban raro y que, mientras yo subía con la respiración entrecortada, la lengua fuera, los gemelos tirando, unos gotones de sudor cayéndome por la frente, la espalda rozando la mochila de 30 litros con quince barras de pan, sudando como un pollo, con los brazos calados y con sólo medio litro de agua, una niña, muy espabilada ella, muy rica, le suelta a una monitora, la misma que minutos antes había consultado conmigo el mapa buscando el camino correcto, con cara de indignada...
- ¡Oish! ¡Cómo se nota que no son euskaldunes!
Claro que en ese momento, a esa niña estúpida de las pelotas de 12 ó 13 años le hubiera respondido que Sabino Arana le comía la polla a mi tatarabuelo todas las noches, reconociendo la grandeza de la Historia aragonesa, mientras le daba lecciones de cómo inventar la vasca. Y que conste que respeto y comparto de siempre las reivindicaciones nacionales de los vascos, quizá por eso me jodió más el comentario. Pero no. Pasé de tener un conflicto internacional y me centré en llegar al Cuello de Linza, viendo cómo la cifra numérica del altímetro se eleva poco a poco.
Poco a poco los JuveLinos fueron llegando y, por supuesto, yo el último. Al acariciar al Cuello de Linza y buscar al grupo, un kaixo zer moduz? tras otro, me encuentro a un acampado, después de haber llegado hasta allí, con algunos ya como yo con la lengua fuera, HACER 20 FLEXIONES SEGUIDAS Y VOLTERETAS AÉREAS. En ese momento empecé a pellizcarme a ver si todavía eran las 04.30 y estaba soñando, pero el dolor concentrado en mis maltrechas rodillas aguantando todo el peso de mi culo y de mi barriga ternasquil-cervecera me hicieron darme cuenta de la cruda realidad.
- ¡Eso de allí debe ser la Mesa ya! - dijo uno.
Por los cojones. Ni la Mesa ni hostias. Vamos a empezar a bajar. Desesperación. El altímetro a 1900 metros y viendo cómo aquello era... ¡el segundo collado! Baja para abajo, 200 metros y date cuenta de que, contra todas las previsiones ¡NO HAY AGUA! Claro que en la cantimplora quedan... ¡gotas! ¡Oh por Dios! ¡Sólo gotas!
Vuelta a desesperarte, te tumbas en la parada y que sea lo que Dios quiera. Metros abajo habíamos decidido seguir a los vascos, que con eso de estar alcanzando la cima más alta de Euskal Herria, se la conocerían de memoria, pero no. Llegados a este punto hay que decir que lo normal cuando se ponen mojones es que señalen un camino, no que haya mojones en todos los sitios, señalando todo como camino a la Mesa de los Tres Reyes.
Después descubrimos que había tres caminos: cresteando las cimas hacia el este, difícil pero hermoso, sobre todo por la sensación del mar de nubes en la parte occitana. Otro, más claro, con senda y todo hacia el oeste, después de superar una zona de piedra. Y el difícil, el tercero, el que cogimos... vuelvete a bajar para abajo, por un lugar llamado A Solana (¡joder, qué solana, sí!), zona de lapiaces, preciosos pero para hacerse caquitas -¡qué profundidad y yo encima!-, bajar y volver a subir para pillar ¡la senda del segundo camino!
Cuando llegué abajo fue ya cuando dije que hasta aquí, cuando vi que eran casi las tres de la tarde y yo seguía allí plantado, con la cantimplora vacía y con la Mesa de los Tres Reyes al norte, a mi derecha, llamándome "Albeeeeeeeerto", mientras yo oía gritar al camarero del cámping de Zuriza que gritaba "Huevos fritooooooos y migaaaaas". Creo que ese fue el punto de inflexión que me hizo salir de mi mismo, convertirme en un ser irracional y tener una regresión a mi etapa de acampado... castor.
Me abalancé sobre un nevero y me puse a comer hielo como poseso. Quizá fue eso lo que produjo mi gastroenteritis, pero la implacable sequedad de boca en la que mi lengua quedó pegada varias veces al paladar me hizo tener aquel básico instinto animal. Poco a poco fui subiendo la montaña en plan cabrichuela, mientras Federo me esperaba sentado en una piedra, con una naranja en la mano, que nadie sabe de dónde salió -no estaban en el menú-, cual maná de Dios, a la que me tiré, según Fede, como un auténtico lobo, absorbiéndola y diciendo mi gran frase de la jornada: "No quiero su carne, quiero su jugo".
Una vez alcanzada la senda, las dificultades fueron menores de no ser que, además de tirar de mi mismo, tuve que tirar de dos gitanillos de la Madalena, que se negaban a subir mientas me preguntaban si llegábamos ya y afirmaban que nunca más vendrían a este Campamento, como si en ese momento me importase si al año que viene iban o no a repetir.
Miraba el altímetro. Ahora subía la cifra más y más deprisa. La cima estaba cada vez más cerca y un grupo familiar de montañeros me animó realmente a continuar en mi empeño de coronar la Mesa. Al menos para verla ahora tenía que elevar mi campo de visión en 40º. ¡Casi habíamos llegado!
Por fin, llego arrastrándome a mi y a los dos enanos a la Falsa Mesa. Sobre ella, la Mesa Real. Preguntó Federo a una pareja por dónde habían subido. ¡Claro, por la senda del oeste! ¡Cómo no la viste con sus baldosas amarillas de camino a Oz! En ese momento, intenté buscar a los vascos para arrascarles todo el vello púbico, pero recordé que ya habían dado la vuelta y empezado a bajar hacia Linza.
Decidimos hacer dos grupos. Uno se quedaría allí, acabando -o empezando- de comer y el otro atacaría desde allí la Mesa de los Tres Reyes. Claro que alguno dijo que para ver la maqueta de un castillo y una estatua de un santo de no sé qué no subía. Y se quedó abajo.
El grupo que subió arriba, continuó siguiendo los mojones y se pasó de largo, acabando en el Col de Lhurs, ya en el Estado francés, de 2.301 metros, frente a los 2.448 de la Mesa. Haber llegado hasta allí para eso...
Yo estaba en la Falsa Mesa, tumbado en el suelo, charlando con los chavales mientras veía cómo los cuervos se comían la tortilla (literal), pasando de todo lo que sucediese a mi alrededor y que no incomodase a los enanos. En ese momento, bajó el grupo. Serían las cinco y media cuando fuimos a hacer agua con hielo, aquaclean e isostar. Toda una pedazo de receta para nuestro estómago.
La bajada fue más fácil que la subida, pese a que las rodillas de algunos se empezaron a cargar y tuvimos que hacer dos grupos. La llegada definitiva al Refugio de Linza tuvo lugar sobre las diez y media de la noche, momento en el que me postré en la barra y pedí dos botellas heladas de litro y medio de agua. Una le llegó al Fede y la otra la engullí de un solo trago.
Desde allí sólo quedaba una pequeña marcha nocturna de ocho kilómetros que solventamos en poco más de una hora. Para que luego Jimmy no diga que JuveLino no hace marchas nocturnas y que los viejos valores scouts de Baden-Powell no se ven reflejados. Aquella noche sólo faltó un raid en plan sobar por el monte, pero la imagen de cinco acampados extranjeros alrededor del lumogaz haciendo lentejas no tuvo precio. Eso, y las migas para desayunar de la mañana siguiente.
El espíritu "montañero" de JuveLino, una vez más, confirmado. Al igual que la exactitud de las topoguías de Prames: "Fácil, con una pequeña trepada al final en la cresta de accso a la cima. El resto del itinerario discurre por MARCADO CAMINO, a través de hermosos pastizales y lapiaces".
6 comentarios
rotro -
Te otorgo el primer premio rotro a la narrativa-dramón montañera.
Alber -
Bienvenidoooooo a la ciberesfera
elBetoCo! -
Albetico -
Si al año que viene no tenéis niños.. ahí tenéis al respuesta!
elBetoCo! -
Diego -