Pese a que odie (con todas mis fuerzas) la novela histórica...
La luz de los últimos rayos del sol acariciaba las aguas del pequeño estanque del jardín del palacio del wali de Tudela. Una suave brisa mecía las hojas de los arbustos junto a los que paseaba Muhammad. Sobre su mente pasaban todos sus antepasados, fundadores de la ciudad, a los que evocaba en su pensamiento durante sus largos paseos al atardecer, en este caso tras una dura jornada de trabajo.
La suya era una familia de muladíes, cristianos convertidos al Islam, que a lo largo de casi doscientos años había gobernado gran parte de las tierras de Tarazona, Borja y Tudela, y que durante el mandato de su antepasado el gran Musa ibn Musa llegó a gobernar la ciudad de Zaragoza, centro de la zona nororiental de la Marca Superior. El propio Musa se hizo llamar el tercer Rey de Hispania, en clara alusión a su poder, y también a sus ansias de autonomía política del emirato de Córdoba. Era cierto: desde su primer descendiente, Casius, antiguo señor de Ejea, convertido al Islam en Damasco en el año 714 hasta hoy, habían pasado nueve generaciones que nunca habían sucumbido completamente al poder del emir de Córdoba.
Muhammad soñaba con volver a otorgar a su familia y a sus tierras el poder y la prosperidad de la que gozaban durante el Gobierno de Musa. Para él, Musa no era sólo su tatarabuelo, sino que además había sido un gran guerrero, a la vez que un político hábil para negociar alianzas duraderas, al que profesaba una digna admiración y al que tomar como modelo de gobernador.
De repente, su esposa salió de su aposento y se cruzó con él en el jardín. Fijó un instante su mirada en ella, ataviada con sus collares de oro y perlas, por lo que no pudo evitar lanzarle una leve sonrisa de complicidad. Ésta le propuso continuar el paseo vespertino juntos, aprovechando los últimos días apetecibles del otoño, en las orillas del Queiles, cuyas cristalinas aguas procedían del cercano Mons Caius, venerado desde antiguo por los romanos. Desde la ribera el panorama era espectacular, pudiendo vislumbrar la puesta de sol al oeste. Todo, absolutamente todo lo que desde allí hasta el Mons Caius podía verse era de su dominio.
La idílica imagen se paralizó al instante cuando, al norte, pudo vislumbrar a un grupo de guerreros que portaban el estandarte del emir de Córdoba. Rápidamente cogió la mano de su mujer y regresó a su palacio.
Hace ya casi dos años que escribí este fragmento de "El último Banu Quasi", primer premio del VII Concurso de Relato Corto "Memorias y Cuentos del Moncayo", organizado por la Asociación Cultural "La Diezma" de Grisel con el apoyo del Centro de Estudios Tuiasonenses, filial de la Institución Fernando el Católico de la Diputación Provincial de Zaragoza. Los derechos de reproducción de la obra pertenecen a las citadas entidades.
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