Standby
16 de agosto, a media tarde, entre Zaragoza y Gallur. El cielo está cubierto y los rayos del sol apagándose casi en la línea montañosa riojana le dan un color azulado, impropio del alegre verano. Atrás quedan ya los planes, las realidades y los futuros.
Frente a mí, que miro a través de la luna del que, estoy seguro, no será el último autobús del verano, los aerogeneradores bailan al ritmo del Nothing else matters de Metallica, mientras levanto la vista de una narración de Lucía Etxebarría, endemoniado ante tal bucólica imagen.
Al fondo, el Moncayo, azul, orientado de tal manera que las Peñas de Herrera resultan como una muela inclinada de este a oeste. Para mí, que estoy acostumbrado a verlas desde el norte, resulta un nuevo punto de vista de algo cotidiano. Pienso que es una bonita metáfora y la retengo en mi mente para utilizarla en un futuro.
Es curioso, pensé. Esta imagen era para mi hace unos años el principio del verano. Hoy significa su decadencia, sus últimos días, el intento vano de prolongarlo hasta el último límite posible.
Atrás quedan ya las experiencias nuevas de este verano que me atreví a diseñar, casi instintivamente y no sin miedo e inseguridad, aquella mañana de sábado al salir del trabajo, después de poner fecha a mi finiquito.
A veces hay que echar los dados y esperar el resultado, sobretodo cuando el sentido del rumbo no es claro, aunque las redes estén llenas. Siempre habrá caladeros más hermosos y con mejores vistas, colores en el cielo y en el mar más bellos y compañeros de viaje que calen hondo.
Este verano, sin enterarme de que estaba trabajando, he conocido muchísimas personas que me han ayudado a ordenar prioridades, pero sobre todo, he conocido a más de 150 chavales que me han enseñado más de la vida incluso que muchos amigos, con los que he compartido momentos que puede que hayan encendido en mi la chispa de la segunda adolescencia, como si me hubiese metido de lleno en el mundo de Peter Pan y todos ellos fuesen Campanilla. Y que, además, con su magia, me hayan acompañado a buscar a mi niño perdido a Nunca Jamás. Y eso que yo era el monitor, quien debía guiar su Campamento. Al final fueron ellos quienes guiaron también el mío, sin yo siquiera haberlo esperado, y sin notarlo en el momento, sino después, saboreando los recuerdos.
Y es que la vida da muchas vueltas en tan sólo un año. Ya lo dijo uno de los compañeros de este verano, cuando echamos la vista atrás, patxaran en mano, en una de las muchas noches frías de Albarracín. Nada más lejos de la realidad. Ahora sólo hay que comenzar a construir los momentos del futuro.
2 comentarios
Neusika -
Ya sabes carpe diem!! Besitos de esta q te kiere!!!
Muakkss""
Diego -
Bienvenido a Zaragoza, al mundo del asfalto, del ruido y de las obras, dentro de poco comenzaremos el nuevo curso (no en sentido escolar, sino en general)...
Supòngo que según hayas ordenado las prioridades nos veremos más o menos en algunas cosas, pero independientemente de eso siempre habra huecos para cafes y risas.
Con unas horas de adelanto... FELICIDADES por tus 23 VERANOS , ya hablaremos mañana.
Un abrazo.