Toda la noche en la calle
Lo que empieza comiendo, acaba comiendo. A las siete de la tarde estaba yo ya deglutando mi especial merienda-cena de plástico en el Burrikín del Coso con Isabel, que pese a tocarle interpeñear una vez más, no quería perderse el pregón de Amaral y se vino conmigo y la cuadrilla. La historia es que lo del Burrikín no tuvo nombre. Nada más entrar, la camarera echó del local a dos adoloescentes peñistas borrachos que intentaban vacilarle. Pero es que arriba, en la zona de fumadores, la cosa traía cola... Todo estaba lleno de críos (y crías, que no es por ser machista, pero a estas edades son peores) borrachos y más borrachos. No eran ni las ocho y ya llevaban una guaza que no se la tenían. Isa se indignó y yo sólo me preocupaba de reirme de los chavales y de ver que, probablemente, hace 8 ó 10 años, yo estaría exactamente igual que ellos. Que por algo no recuerdo todos los pregones.
Al salir pasamos por la garita de la Expo en la Plaza Redonda y nos pusimos en la cola para recibir un par de globos y un dibujo con los amigos y enemigos de Fluvi™ -otro día hablaré de ellos-. La cosa es que, al fin, llegamos a las escaleras de la Diputación, donde habíamos quedado, no sin antes vivir en nuestras propias carnes lo difícil que es cruzar el recorrido de la cabalgata del pregón de fiestas. Un poco después volveríamos a sufrir lo que es una aglomeración en condiciones, junto a la Bombonería Oro, madres nerviosicas con niños en brazos incluídas, mientras la cabalgata pasaba por el centro, paseando a Fluvi™, mientras alguien decía, con voz bastante sectaria "Fluvi os dará la vida". Al final logramos salir de la aglomeración, no sin antes tener claro que ZH2O era la solución para todo.
Aunque luego en la plaza lo volvimos a tener claro, por mucho que Zaragoh!za demostrase que no entiende el concepto de ola levantando tarjeticas con la leyenda "Expo somos todos". Y es que con cosas así, no hace falta boicotear los actos pro-expo, se boicotean solos.
Quien estuvo bien bien fue Amaral, que desde su balcón se acordó de que las fiestas también son para los inmigrantes, para los de condiciones sociales y orientaciones sexuales divergentes, para los emigrados,... Y pidió a los representantes municipales que trabajasen por su inclusión. La pena es que no fuese tan aplaudida como debería haberlo sido. Hasta un par de cos subidos en una de las columnas de la entrada del Pilar, le dijeron que no. Y la señora que había delante mío se rió cuando Amaral mentó el tema de la integración. Por una vez que alguien se moja, todos pasamos. Nos merecemos que vuelva el Director General de Radiotelevisión Española...
Hubo un espectáculo de luz, imagen y sonido muy chulo -ojalá los sigan haciendo después de la expo- y tras los fuegos, que esta vez salieron de la Ribera del Ebro, tuvimos tiempo para volver a saciar nuestro hambre en el Medusa, pese a que yo sólo tomé una coca-cola. Así que ya, cenaditos, nos apretujamos en el 34 para subir al Parque de Atracciones. La Oktoberfest nos esperaba en todo su esplendor, con sus jarras de Franziskaner al nada desdeñable precio de 8 euros. Allí hicimos migas con unos chavales la mar de majos que se ajuntaron con nosotros. Hice de celestina con uno de ellos y le fui, junto con una amiga suya, a encontrar una mujer, pero lo único que cacé fue una presa para mi que rechacé, quizá porque estaba apuntando demasiado alto. Me encontré con el Mochales y con la Barranco y su novio. Y es que, Zaragoza es un pueblo, señores.
Por imbéciles perdimos el último 34 y tuvimos que bajar andando, pinares abajo, haciendo dedo. Yo me sentía gilipollas, y hasta me llamaron payaso un grupete de amigos que bajaban con su coche, sentaditos y bien agarraditos, con dirección a algún otro lugar de marcha.
Pues bien, al final nos adoptó un taxista que nos llevó hasta el Mercado Central (¿no hemos pasado por aquí antes?), emprendiendo camino hacia el Licenciado, donde estaban algunos de nuestros compañeros de viaje a las profundidades de la Zaragoh!za bávara del Parque de Atracciones. Tras exprimir un par de brugalesconcocacola, nos cambiamos de bar, siguiendo a los amigos de María pese a que ella estaba ya en casa desde hacía rato.
Tras casquear un rato, nos dio por andar hacia algún lugar en el que pudieran darnos de almorzar, previa parada por la Madalena para comprobar que todo andaba ya cerrado. Cayeron los consabidos dos-huevos-fritos con chorizo, longaniza y patatas en Reina Fabiola, donde nos encontramos con Santito y un amigo que venían del FIZ.
Y así acaba la primera noche. Resultado: una resaca de espanto, de las que hacen historia. Como sean así todos los días, no voy a poder llevar el ritmo. Ya me dirán ustedes cómo hace Amaral para aguantar todos los pilares haciendo realidad eso de Toda la noche en la calle.
(*) La fotografía de Amaral en el Balcón que acompaña este artículo es de Isaac Gascón, y está excluída de la licencia Creative Commons de este web.
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