Encuentro en la cafetería
"Con el tiempo acabé fijándome en un individuo que, a primera vista, resultaba diferente al resto. También él solía comer aislado, escondiendo la cabeza tras un libro; tampoco él parecía interesado en relacionarse. No era demasiado guapo, es cierto, pero se me hacía interesante. Se trataba de un tipo de edad intermedia, demasiado moderno para haber llegado a la treintena pero con un rostro excesivamente vivido para los veintitantos. Fornido, rotundo, no demasiado alto, tenía cierto aspecto de jugador de rugby, con aquel cuerpo cuadrado y sólido. Llevaba el pelo muy corto, al uno, teñido de un rubio platino insolente que dejaba ver las raíces negras, y los rasgos de su cara eran todos compactos como sus propios miembros: nariz chata, labios carnosos, ojos hundidos, cejas excesivamente próximas entre sí. Cuando leía, fruncía el ceño con expresión de concentración y una única ceja le atravesaba la frente. De vez en cuando alzaba los ojos con expresión ausente, como buscando una idea dentro de su mollera, y al cabo de un minuto volvía a su lectura con interés renovado. Me gustó un detalle familiar que me hizo sentir una inmediata simpatía por su persona: miraba por encima de sus gafas igual que lo hacía Mónica.
Me llamó la atención el hecho de que siempre llevaba puesto algo naranja. Tenía varios canguros, chándales de esos que llevan una capucha, todos ellos con diferentes motivos impresos en la espalda o en el tórax. El canguro era naranja, o la camiseta era naranja, o los calcetines eran naranjas, el caso es que siempre había un punto de luz en su indumentaria. El pelo cortado al uno, rematado con un copete a lo Tintín, y los canguros de colores brillantes me recordaban a los chicos que pululaban por el local donde trabajaba Cat, y desde el principio supuse que aquel chico era gay. Al cabo de un mes empecé a pensar que me apetecería conocerle, porque me asaltaba la corazonada de que podríamos tener mucho en común".
Me llamó la atención el hecho de que siempre llevaba puesto algo naranja. Tenía varios canguros, chándales de esos que llevan una capucha, todos ellos con diferentes motivos impresos en la espalda o en el tórax. El canguro era naranja, o la camiseta era naranja, o los calcetines eran naranjas, el caso es que siempre había un punto de luz en su indumentaria. El pelo cortado al uno, rematado con un copete a lo Tintín, y los canguros de colores brillantes me recordaban a los chicos que pululaban por el local donde trabajaba Cat, y desde el principio supuse que aquel chico era gay. Al cabo de un mes empecé a pensar que me apetecería conocerle, porque me asaltaba la corazonada de que podríamos tener mucho en común".
Lucía Etxebarría. "Beatriz y los cuerpos celestes".
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